El se±or cura era aficionadφsimo a la fruta, y, sobre todo, a los higos. En la rama mßs alta de la higuera de su huerta quedaban unas cuantas docenas de higos, que no sabφa c≤mo coger y que eran riquφsimos, pues reunφan las tres condiciones que han de tener los higos buenos, es decir: cuello de ahorcado, ropa de pobre y ojo de viuda; o lo que es lo mismo: el cuello o pez≤n seco, pelleja resquebrajada y ojo llorando almφbar.
Cosa muy fßcil -le dijo el ama-: llame usted al chico de Mari-Juana, y verß usted quΘ pronto le coge todos, que donde aquΘl no suba no suben las ardillas.
-Es verdad, pero el tal Periquillo tiene para eso un inconveniente, y es que, como es tan pillo y tan tragafruta, me va a comer la mitad de los higos mientras coge la otra mitad.
El ama del se±or cura, que era lista como un demonche, encontr≤ al instante modo de remediar el inconveniente.
-íJes·s! -dijo- íEn quΘ poca agua se ahoga usted, se±or! No tiene usted mßs que imponer al chico la obligaci≤n de no dejar de cantar mientras coge los higos, y asφ no tendrß tiempo de comer uno siquiera.
-íPues es verdad! -exclam≤ el se±or cura. íQuΘ cosas se les ocurren a estas pφcaras mujeres! El alna llam≤ a Periquillo, y Θste, tan despabilado y listo como siempre, corri≤ a ponerse a las ≤rdenes del se±or cura.
-Vamos a ver, chiquillo -le dijo Θste-. ┐Te atreves a subir a aquella rama y coger los hijos que tiene?
-┐Pues no me he de atrever? Sφ se±or; y íquΘ ricos son! -a±adi≤ Periquillo al ver los higos.
-Pero oye -le dijo el cura, alarmado con la codicia que los higos despertaban en Periquillo-; es indispensable que mientras coges los higos cantes sin cesar un momento.